viernes, 5 de abril de 2013

Curtidurías de Marrakech

Como dejarse la piel produciendo cuero

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Grandes pieles oreándose en una curtiduría de Marrakech

Nuestra base de operaciones –el Riad de la Belle Epoque- está situado en la zona norte de la Medina. Tenemos cerca la Madraza, el Museo de Marrakech y, un poco más hacia el este las curtidurías.

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Elegimos el domingo para recorrer esta zona y ver una de las actividades tradicionales y centenarias de Marrakech. Emprendemos el camino sobre las 10 de la mañana, cuando todavía están abriendo los comercios y en la calle hay una creciente animación.

Pasamos un bullicioso mercado tradicional y nos adentramos en calles más laberínticas y tranquilas donde comienzan a surgir los primeros “acompañantes” del día.

Lo de siempre: …Español?...; de donde?...; que si a donde vamos….etc. Ya tenemos experiencia y amablemente pasamos de seguir la conversación. Todo muy bonito y estamos danto una vuelta por la zona. Es igual; ellos se encargan de decirnos lo que merece la pena o no. Nos recomiendan las curtidurías; y advierten que la Madraza está cerrada (¿?). Nos tocan 3 o 4 “encontradizos” por la zona, no pierden la oportunidad de indicarnos cual es el camino correcto.

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Comenzamos a cruzarnos con algún carrito y bicicletas cargadas con montones de pieles curtidas. Estamos cerca. La estrecha calle se abre a una pequeña plazoleta – está hecha polvo-; en ella, como siempre, los porteadores con el burro o el carrito esperan sentados a sus clientes.

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Nos detenemos a observar el ambiente y tirar algunas fotos, ya nos hemos dado cuenta que somos los únicos extranjeros que pululan sin “guía” por este barrio. A medida que nos adentramos en él, más pobre y deteriorado.

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A partir de la plazoleta una calle amplia, con grandes recintos tapiados y las entradas que se abren a las tenerías.

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Nos aproximamos a una puerta y rápidamente nos abordan para negociar el precio de la visita.

Entrada de una tenería

Tomamos la iniciativa preguntando cuanto quiere cobrar. Nos pide 50 Dr por cada uno y le ofrecemos 30 Dr por los dos, dejando claro que no hay más opciones; o eso o nada.

Acepta y nos dan unas ramitas de menta para soportar el hedor que emana de las balsas donde se sumergen las pieles.

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La zona tiene un olor penetrante y la menta sirve para mitigarlo. Aunque no resulta tan insoportable como esperábamos; tal vez para olfatos muy delicados. Una explotación ganadera, por ejemplo, huele mucho peor.

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El guía nos conduce hacia el interior y nos indica en que zona debemos situarnos, nos explica un poco como tratan las pieles. No mucho. El tiene prisa, nosotros ninguna, alucinando con el aspecto que ofrece el negocio.

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Un gran recinto al aire libre, con aspecto destartalado. Innumerables pozos llenos de líquidos y pieles. Los curtidores se sumergen hasta las ingles para removerlas con sus manos. Observamos que llevan botas de goma pero no protegen sus brazos con nada.

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Las leyendas marroquíes asemejan a los curtidores con los demonios; el olor y las condiciones no desmerecen al infierno. Alguna cabra deambula a su aire, no le vemos mucho futuro al bicho teniendo en cuenta el oficio que la cobija.

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El lugar resulta impresionante y el trabajo de gran penalidad. El contenido de las pocetas ayuda lo suyo: sumergir las pieles en agua con sangre, cal viva, orines o excrementos de paloma forma parte del tratamiento. En el riad nos comentaron que los curtidores padecían graves enfermedades de la piel.

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Hay dos tipos de curtidurías. Los árabes trabajan las pieles pequeñas –cabra y oveja- y los bereberes las grandes -camello y vaca-. Comenzamos la visita por una de pieles grandes.

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A la dcha,, un curtidor se mosquea viéndonos hacer fotos y le echa la bronca al “guia”

Tiro unas cuantas fotos, al final un curtidor se da cuenta y se cabrea. Comienza a gritar al “guía”, que rápidamente me advierte de que no le gustan que los fotografíen.

Le dije que tranquilo, que no enfocaba a las personas –este salió en medio, claro-. Habíamos leído, y esa impresión nos llevamos, que aquí trabajan los desheredados de un mundo, ya de por sí, duro, muy duro.

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Nos lleva a la curtiduría de pieles pequeñas y vemos como trabajan durante unos minutos. Resulta más llamativo ver como trabajan con las grandes pieles; aquí parece que están lavando la camiseta.

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Acaba la visita y vemos que nos dirige muy decidido hacia otro lugar. Le pregunto si vamos a ver otra y me dice que no. La visita son dos curtidurías y la “cooperativa del cuero”; donde nos intentarán vender algo. Tengo claro que no vamos a ir a ninguna tienda, pues he leído malas experiencias por internet.

Nos plantamos y le decimos que no. Solo queremos ver el trabajo con las pieles,  no comercios. Así, pagamos lo acordado y reemprendemos el camino de vuelta; a ver si somos capaces de encontrar la Madraza.

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Algunas fotos más de regreso, aunque la zona tiene aspecto poco recomendable y vamos a paso más ligero que a la ida. Unos niños se acercan a pedirnos algo, no les hacemos caso, acaban increpándonos en varios idiomas.

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La pollería de la plaza. Al fondo el género vivo

Llegamos a la plazuela que pasamos a la ida, y nos detenemos unos minutos a tirar las últimas fotos y liberar adrenalina. Aspirar la menta también ayuda.

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El lugar es impactante, algunas de las tenerías localizadas cerca de la puerta Bab Debbagh parecen no haber cambiado en siglos.

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BUSCANDO LA MADRAZA Y EL MUSEO DE MARRAKECH

Una pequeña aventura para la que conviene ir prevenido

Recorrer el barrio de las curtidurías, encontrar la Madraza y el Museo de Marrakech (están prácticamente juntos), fue toda una aventura. Son dos de las principales atracciones de la ciudad y se accede por esta ruta o por los zocos, camino todavía más difícil si pretendes salir del laberinto en un lugar determinado.

Andamos y desandamos el camino varias veces, probamos por unas calles y otras sin conseguir llegar a nuestro destino. El mapa no aclara la ruta, aunque en los lugares que nos podemos ubicar vemos que estamos muy cerca de la Madraza, seguramente a menos de 100 metros. En el último intento, por un callejón con aspecto de llevarnos a ninguna parte, salimos contra la cafetería que alberga.

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En nuestras idas y venidas por el barrio fuimos conscientes de la existencia -por llamarlo de alguna manera- de una pequeña mafia local. Su cometido es desviar a los visitantes que buscan la Madraza y el Museo hacia la zona de las curtidurías.

Vemos que, prácticamente todos los extranjeros que encontramos, van acompañados del correspondiente “guía”. Te lleva hasta las inmediaciones de las tenerías y pasas a manos de otros que las muestran, dando una breve explicación sobre el trabajo que hacen con el cuero.

Nosotros llegamos hasta las mismas puertas sin “guía”. Aunque son lugares abiertos, estoy convencido de que si no se paga habría problemas para recorrerlos y, visto el barrio, no pienso intentarlo.

Llegamos a la conclusión que los encuentros “fortuitos” que se sucedieron por el camino ninguno había sido tal. Quieras o no, vas pasando de mano en mano. Tuvimos la evidencia cuando vimos a dos de nuestros “encontradizos” patrullando la zona en la misma moto.

Gente con aspecto de lo más normal; se te acercan, parecen ir con prisa a algún sitio, pero intentan iniciar la conversación y enterarse a dónde vas. Aunque no se lo pongas fácil te dirán que por aquí puedes ir a las curtidurías –que están muy bien-, y que la Madraza y el Museo están cerrados. Por supuesto la web oficial no decía nada de esto el día anterior.

En nuestro caso, nos decían que la Madraza cerraba hasta el mediodía -la limpiaban el domingo por la mañana-. Sobre el Museo; el acompañante ocasional de turno se detuvo delante de un gran portalón –muy trabajado, seguramente el casoplón del barrio- diciendo que era la puerta del Museo y estaba cerrado…Insistiendo que, un poco más adelante –a la izquierda- podíamos llegar hasta las curtidurías.

La ausencia de carteles o indicaciones no sorprende, al poco tiempo de deambular por la Medina uno se da cuenta de que no hay apenas indicadores; si los hubiera es fácil que sobre gente con interés para quitarlos.

En este punto piensas: ¿Se podrá preguntar a alguien, no?

Pues sí; puedes preguntar, otra cosa es lo que te contesten. Nuestro último intento, antes de meternos en el callejón que nos llevaría –por fin- a la Madraza, lo hacemos delante de la puerta del presunto Museo. No hay mucha gente por la calle y esperamos para elegir a una chica joven –las mujeres resultan más fiables-, bien vestida a la usanza árabe; a la que abordó mi mujer.

Se la notaba incomoda con la conversación. No supo decirnos donde estaba la Madraza –a menos de 100 m.-, pero fue honesta cuando preguntamos si estábamos en la entrada del Museo. Nos dijo que no, que era la puerta de un Riad particular. Miraba a los lados y observamos como a cada lado de la calle un par de hombres en bicicleta se habían detenido a controlar nuestra conversación; ella era consciente del tema.

El barrio tiene sus reglas y hay que cumplirlas. Sus habitantes no interfieren con el negocio que hay montado para el acceso a las curtidurías.

Un episodio curioso, con el que luego nos divertimos descifrando los papeles de las personas que nos abordaron durante el recorrido. Ya en el Riad le enseñé a mi mujer unas cuantas páginas con opiniones sobre las aventuras y desventuras sufridas por algunos turistas en la zona –principalmente ingleses y americanos-. Si las llega a leer antes, no va.

Algunos las pasaron moradas, sobre todo cuando los llevan a la “cooperativa del cuero” en la que te quiere meter el “guía” cuando ha completado la visita a las curtidurías. Por lo que sé, no existe un riesgo físico evidente, buscan ejercer cierta presión sobre el visitante que no va suficientemente aleccionado. Con ello consiguen que afloje la cartera en condiciones. Hay que reconocer que el entorno contribuye mucho a que así sea, te pueden entrar unas ganas tremendas de salir de allí zumbando, sin reparar en los medios.

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La zona de las curtidurías -además del cuero- tiene tela; la menos recomendable de los recorridos que hicimos en Marrakech. Daba cierta tranquilidad la hora –por la mañana- y encontrar de vez en cuando algunos extranjeros con el correspondiente “guía”. Por la calle, buenas estampas para fotografiar, echándole valor para sacar la cámara. El recorrido para salir lo hicimos más deprisa que para llegar… no queríamos tentar a la suerte.

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